miércoles, 26 de marzo de 2008

Consumidor consumido por el consumismo.

La red neuroquímica que cobija a mi conciencia se resiste a caer. De hecho, ni siquiera implica mucho esfuerzo tal resistencia, pues ocurre de una manera muy natural. Sin embargo hay momentos —momentos que duran como mínimo 5 minutos, máximo... mucho...—, como en el caso del viaje en taxi, en los que verdaderamente detesto mi condición auditiva, debida al fino dispositivo de captación musical que rige a mi sentido del oido.
No sé si se deba a un programa gubernamental de apendejamiento social, un consenso entre los taxistas, vil democracia o una desafortunada coincidencia de criterios independientes por parte de los choferes/operadores de la cajita musical automotriz-colectiva... pero aquí, en el taxi, donde no hay escapatoria, siempre termino pidiendo a gritos un iPod o cualquier cosa que me permita llevar siempre conmigo mi música... la música. ¡Qué tragedia!
Pero, cualquiera que sea el caso, no puede ser síntoma de otra cosa sino un auténtico torbellino de aguas non-gratas en el cuál estamos inmersos. Y no conforme con esto, el pequeño torbello nos arrastra hacia el resumidero, ¿o debería decir el infierno?
El infierno sería ese lugar donde uno de verdad siente que disfruta su estancia, disfruta de la mierda que embarra sus ropas, disfruta de los orines gaseosos que son bienvenidos en sus visceras, disfruta de las flatulencias que a cada momento y sin darse cuenta disparan contra sus tímpanos. Toda esta porquería le genera placer y por ello paga, gustoso. Si el infierno es lo peor, entonces esto es el infierno. Yo lo conozco de cerca. Me niego a caer. Es real y asqueroso.
A pesar de todo, aún me faltan motivos para odiar verdaderamente a la sociedad.
Qué curioso.

viernes, 7 de marzo de 2008

El maldito taxi.

De hecho, no tiene nada de maldito el taxi, sino el taxista... y no siempre, pero sí muy frecuentemente. Es más, ni siquiera llega a ser malvado, sólo aprovecha la circunstancia que mantiene en un estado de flexibilidad a la relación peso-dolar.
Lo que me parece realmente inaceptable, sin culpar al taxista, es mi descuido en cuanto a la precisión del pago al momento de bajar del transporte. Al no haber guardado la cantidad necesaria en pesos para la mencionada transa(cción), me veo obligado a utilizar el típico billete de un dólar que, por azares de la vida, siempre aparece en lugar de su equivalente en moneda nacional.
La habilidad del taxista (probablemente heredada de los árabes, o evolucionada de ancestrales técnicas chilangas) convierte el tipo de cambio en el momento preciso a nada más que 10 pesos por dolar. Y digo "en el momento preciso" porque no da tiempo para iniciar la debida reclamación de mi respectivo cambio; aunque podría iniciarla, claro, pero esto supondría una innecesaria, desgastante, vergonzosa y absolutamente evitable discusión.
Mientras tanto sólo resta ponerme buzo, revisar mis monedas, pagar con ellas... no dólares. Sé que puede sonar tonto el preocuparme tanto por esos centavos, pero pensando en que tal vez pudieran estar llenando una alcancía en mi cuarto (difícil, pero probablemente) en lugar de la comida que seguramente el taxista comprará para su prolífica familia en lugar de condones por que es pecado... definitivo: mejor mi alcancía.

martes, 4 de marzo de 2008

Oveja negra.

Nunca me había ocurrido. No había en mi memoria registro de percepción misofelíxtica, hasta el sábado pasado. Pero lo verdaderamente extraño es el goce que aquello me produjo, como encender una luz en el obscuro laberinto de mis dudas. Pude sentir accidentalmente ese odio, aunque ni tan accidental pues bien sé que eso buscaba y esperaba... y también sé que ni era odio de verdad contra mí, sino contra mis pensamientos directamente. Me sentí como la presencia incómoda y me gustó.
Ya fuera de dramatismo, ni siquiera me odian, pero sí sintieron lástima por mí, porque me iré al infierno. Y es que se ha tornado chistoso eso de ser naturalmente ateo dentro de una familia de (casi) inquebrantable tradición católica practicante, sobre todo cuando entro en contacto con la parte tan practicante que llega al grado de activista supermoralista... y más aún cuando me gusta usar parte de mi tiempo de ocio para la agradable y tranqulizadora actividad de blasfemar.... pero más mejormente cuando ese tiempo ocioso se adhiere a mi convivencia con religiosismos. En concreto, me divierte cagarme en el cristianismo en general; aunque eso sí, con mucho respeto (Respeto: No usar más que el léxico apropiado en el contexto).
Imagino que también ellos pecaron al cagarse en mis ideas, muy en sus adentros, sin expresarlo, y pensando en Dios. En fin, no me interesa... sólo es chisme.
Pero los quiero, ni modo. La familia no está ahí para gustarme, y sin embargo los quiero.

¡Me cago en la virginidad de La Virgen!.. ¿ven qué gracioso es?