viernes, 7 de marzo de 2008

El maldito taxi.

De hecho, no tiene nada de maldito el taxi, sino el taxista... y no siempre, pero sí muy frecuentemente. Es más, ni siquiera llega a ser malvado, sólo aprovecha la circunstancia que mantiene en un estado de flexibilidad a la relación peso-dolar.
Lo que me parece realmente inaceptable, sin culpar al taxista, es mi descuido en cuanto a la precisión del pago al momento de bajar del transporte. Al no haber guardado la cantidad necesaria en pesos para la mencionada transa(cción), me veo obligado a utilizar el típico billete de un dólar que, por azares de la vida, siempre aparece en lugar de su equivalente en moneda nacional.
La habilidad del taxista (probablemente heredada de los árabes, o evolucionada de ancestrales técnicas chilangas) convierte el tipo de cambio en el momento preciso a nada más que 10 pesos por dolar. Y digo "en el momento preciso" porque no da tiempo para iniciar la debida reclamación de mi respectivo cambio; aunque podría iniciarla, claro, pero esto supondría una innecesaria, desgastante, vergonzosa y absolutamente evitable discusión.
Mientras tanto sólo resta ponerme buzo, revisar mis monedas, pagar con ellas... no dólares. Sé que puede sonar tonto el preocuparme tanto por esos centavos, pero pensando en que tal vez pudieran estar llenando una alcancía en mi cuarto (difícil, pero probablemente) en lugar de la comida que seguramente el taxista comprará para su prolífica familia en lugar de condones por que es pecado... definitivo: mejor mi alcancía.

1 comentario:

Reiben dijo...

Yo hace ya varios ciclos universitarios que decidí pagar el cambio justo, diariamente, en pesos, y en monedas. Así, no importa si traigo quinientos billetes de veinte pesos en mi cartera (hipérbole notable, claro), busco la manera para traer los seis con cincuenta de la calafia y los nueve del taxi. Pongo las monedas para la calafia en el bolsillo de mi camisa (cuando traigo camisa, muy regularmente) y los nueve en la bolsita que casi nadie usa de los pantalones. Ocasionalmente se presentan situaciones sumamente molestas en las que mi pantalón no tiene esa pequeña bolsita (seguramente porque los fabricantes llegaron a la muy sabia conclusión de no gastar esos centímetros de tela extra que a la larga se vuelven metros y luego kilómetros de la misma, pues casi nadie usa la mentada bolsita) y no traigo camisa; en esos casos, tras maldecirme por mi descuido, meto todas las monedas para el transporte en la bolsa izquierda del pantalón y el resto de mis monedas (si es que tengo) en la bolsa derecha. Así, ni reduzco monedas de mayor denominación (rara vez, pero he cargado de veinte y cincuenta y cien pesos) innecesariamente, ni monedas equivocadas (dólar, libra esterlina, yihao, etcétera), ni billetes.

Un punto y aparte es que me molesta el dólar, no por mi irrefutable antigringuismo, sino precisamente por la imprecisión del cambio, pues todo el mundo (hasta la pinche Reina de Inglaterra) tiene una idea de cuantos pesos vale un dólar, pero nadie se pone de acuerdo para concordar con uno...